Puerto Rico: su transformación en el tiempo

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Aproximación al 1898 (1)

Posted by Mario R. Cancel-Sepúlveda en 24 julio 2023


  • Mario R. Cancel Sepúlveda

Publicado en  Claridad-En Rojo (17-23 de septiembre de 1993): 17. Notas para comprender el centenario del 1898.

La interpretación del proceso del 98 se nos presenta como un verdadero problema historiográfico. En este caso, no se trata tan sólo de las complejidades inherentes a todo proceso histórico, ni de las pasiones que despiertan los grandes eventos en el observador de ellos. Es que el 98, por su naturaleza, caracteres y rasgos, tiende a convertirse en un fenómeno profundamente político y fácilmente politizable. Y todos conocemos la irracionalidad con la que muchos puertorriqueños han pensado y piensan la política particularmente esta nuestra del siglo XX.

Los puertorriqueños hemos visto este proceso desde las posiciones más antinómicas. Desde los que lo interpretan como un momento de verdadera redención o salvación; hasta aquellos que lo interpretan como el inicio de un verdadero calvario o un suplicio cuya finalidad no es otra que nuestra propia liquidación cultural. Ejemplo de lo primero puede ser una curiosa frase de Francisco Rodríguez López en el prólogo al libro Cuentos de Puerto Rico del escritor Juan B. Huyke publicado en 1926. El señor Huyke era por ese entonces comisionado de instrucción de la isla. El prologuista hablaba como una cierta caricatura cervantina, del día aquel en que «las gloriosas huestes del general Miles» habían arribado a estas playas en un humanitario gesto, momento desde el cual «los habitantes de esta isla querida tenemos la doble personalidad de puertorriqueños y americanos. Puertorriqueños por la fuerza del destino; y americanos por el destino de la fuerza…» O éramos como el enano de la venta o las fronteras de la degradación de lo nuestro y el engrandecimiento de lo ajeno son verdaderamente amplias.

Desde otra posición y otra época, Tomás Blanco identificaba el 98 con el concepto de «desorientación» y Antonio S. Pedreira con el de “trauma». La generación del 30 pasó un brillante juicio cultural sobre este asunto. De hecho, 32 años de miseria económica e intervención cultural bajo la bandera de los Estados Unidos justificaban un veredicto al menos crítico sobre el fenómeno, e incluso la acritud de un Albizu Campos y de toda la escuela nacionalista de pensamiento.

Lo cierto es que el 98 tiene elementos de ambos, apunta en direcciones dispares y todavía es materia del juicio del historiador y del analista determinar cuáles son esas rutas. Nuestros apasionamientos políticos nos han impedido llegar a un acuerdo respecto al hecho. Nadie puede negar sin embargo que, por una parte, el 98 marca un hito en la historia americana y por ende en la historia universal. Significa lo que podríamos llamar la imperialización de una potencia americana con todo lo que ello significaría en términos del balance de poder a nivel mundial y en términos de la aportación de un modelo vital y cultural a zonas totalmente disímiles de la metropolitana. En esos momentos el mundo tomaba una vía verdaderamente nueva en términos de la distribución de los grandes focos de poder. En Europa, Alemania se perfilaba como la potencia que fue hasta la Segunda Guerra Mundial. En Asia, el imperio ruso por su sola extensión territorial, representaba una verdadera amenaza a los países tradicionalmente hegemónicos. El Lejano Oriente, Japón con sus estructuras imperiales mixtificadas con la vitalidad del capitalismo aprendido de Occidente, se proyectaba como el poder de esa zona.

Nuestro 98 era parte de un proceso mayor, y por lo tanto, tenía los visos de lo endémico, de lo crónico, de lo permanente. Era el reflejo de los grandes cambios estructurales que alteraron el mundo entre 1880 y 1920 e iba a ratificar una tendencia que ya era notable para esos tiempos, a saber, la decadencia de Europa como el gran bastión político del mundo y la descentralización del poder a nivel global. Pensadores como Oswald Spengler e historiadores como Félix Gilbert armarían un esquema en torno a la decadencia occidental o el fin de la era europea para explicar más sosegadamente ésas tendencias. El 98 afirmaría como potencia a un país no-europeo al menos geográficamente hablando. Estados Unidos era una nación de origen múltiple, heterogéneo y había absorbido innumerable inmigrantes europeos convirtiéndose, de acuerdo con los estudiosos de la demografía, en uno de los grandes destinos migratorios del mundo atractivo en particular para el viajero de la costa Atlántica europea. Era pues un país diverso, en crecimiento, en transición; era un país que estaba recreando su nacionalidad a la luz de la  diversidad y a la luz de la posibilidades del poder el que nos invadía por Guánica un 25 de julio. Y era una nación orgullosa y pedante que pensaba que su modelo de ser debía imponerse a las zonas conquistadas.

Aquí también la política nos hace el juego difícil. «Cambio de soberanía» mera «invasión militar», «ocupación» o “pequeña guerra espléndida», «cambio de cielo» como decía la historiadora Loida Figueroa, locierto es que los matices no desdicen la relevancia del fenómeno para el ser puertorriqueño.

El 98 significó la debacle definitiva del imperio español. Sólo sobre las cenizas de ese viejo poder hegemónico podía la nación joven del norte establecer su hegemonía en el Caribe. No fue sorpresa para nadie el derrumbe del imperio. Cayetano Coll y Toste aseguraba al filo de la invasión que la causa de la decadencia hispánica había que buscarla en «los malos gobiernos de los austrias y borbones». Un estudio de las finanzas de Carlos V, el emperador, publicado por el historiador Royall Tyler en 1956 no desmiente las palabras de Coll y Toste.

Nuestro 98 también iba a abonar el surco del que brotaría la más brillante generación de escritores y pensadores españoles. Miguel de Unamuno, José Martínez Ruiz, Pío Baraja, Ramiro de Maeztu, Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal, entre otros, son sólo un puñado de nombres que hoy son claves para el mejor entendimiento de la literatura universal.

Para los puertorriqueños el 98 era la ruptura violenta con el que había sido nuestro marco de referencia político, cultural, social y emocional durante 400 años con todas las consecuencias que ello podía tener sobre el sistema de valores y la sicología del isleño. Aunque no faltaron personas que achacaran la fácil derrota a la desidia del puertorriqueño, lo cierto era que España había cavado su propia tumba con las herramientas de la explotación y la desconfianza y la opresión del pueblo puertorriqueño.

¿Y cómo se había dado esa relación nuestra con los Estados Unidos? Nuestro encuentro con los Estados Unidos había sido parte de un largo proceso lleno de exabruptos. A veces ligero roce, otras confrontación que habría puesto en peligro la paz de la región de no haber sido por los atenuantes de cada caso. No estaba pues haciendo su noviciado la nación del norte en ese año de 1898. La novatada la pagaría el pueblo puertorriqueño en los primeros 35 años del siglo XX con el desarrollo de una economía exclusivista que sólo funcionaba en beneficio de los grandes propietarios azucareros y de los intereses de Wall Street. Pero para sostener lo que estamos diciendo tenemos que mirar forzosamente al pasado.

Una respuesta to “Aproximación al 1898 (1)”

  1. […] “Aproximación al 1898 (1)«. Claridad-En Rojo, 17-23 de septiembre de 1993: 17. […]

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