Puerto Rico: su transformación en el tiempo

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Documento y comentario: Sociedades Secretas, la Torre del Viejo

Posted by Mario R. Cancel-Sepúlveda en 31 marzo 2010


  • Dr. Félix Tió y Malaret (1855-1932)

Era el último tercio del año 1886. En el viejo Partido Liberal Reformista existían para ese tiempo dos tendencias: la primera, capitaneada por Celis Aguilera, quien quería la asimilación de la Isla a la Península, sirvió de base para constituir el Partido Asimilista; la otra, permanecía fiel a su programa de reformas liberales. Ambas tendencias eran absolutamente contrarias al Partido Conservador Incondicional, que sostenía el statu-quo y que conceptuaba separatistas a todos los que no militaban en sus filas. La sesión celebrada en San Juan en el 1883 fue la que dio origen a esa división y a las contiendas periodísticas que se sucedieron.

(…)

En Ponce, algunos elementos separatistas se aprovecharon de esa asamblea de puertorriqueños amantes de la libertad de su nativa tierra, para hacer propaganda a favor de una sociedad secreta que venía funcionando desde hacía ya algunos meses, ideada, según se dijo, por el nunca bien llorado patriota Don Ramón Emeterio Betances, residente, para entonces, en Santo Domingo. Esta sociedad copiaba el sistema de “boycott” irlandés que tanto daño estaba haciendo a Inglaterra y fue introducido en Santo Domingo por el Dr. Pagani, a su regreso a ese país. En dicha sociedad fue iniciado por los separatistas puertorriqueños que residían en Santo Domingo, conspirando contra España, entre otros, el señor Aurelio Méndez.

Mercado popular en Puerto Rico

Antes de comenzar a narrar la historia de la sociedad secreta LA TORRE DEL VIEJO, llamada también Secos y Mojados, y antes de hablar sobre el infame componte, debo significar que los que militábamos en el Partido Liberal odiábamos a los gobiernos despóticos y tiránicos de España, pero amábamos a los españoles peninsulares. Odiábamos a la España colonial, pero queríamos a la España peninsular. Hijos o descendientes de españoles la mayoría de nosotros, y educados en la Península, nos habíamos creado en ella afectos, y estrechas y sinceras amistades; habíamos gozado allí de los placeres juveniles en esa edad que deja siempre gratos recuerdos. Éramos, eso sí, o fuimos desleales a los gobiernos españoles, porque no podíamos expresar libremente nuestros pensamientos y sentimientos a fin de no exponernos a perder la libertad personal. Trabajábamos secretamente por la redención de nuestro país, pero queríamos a España. (…) Teníamos que ser desleales a la fuerza y teníamos, a la fuerza, que aparentar ser leales para no ser deportados, reducidos a prisión o mutilados.

La Torre del Viejo era, pues, una sociedad secreta en la que sólo se admitía a los hijos del país. El propósito era obligar a los peninsulares, incondicionalmente españoles, y a los voluntarios, a abandonar la Isla, usando para ello, como único medio, el “boycott”; es decir: no comprándoles nada en sus tiendas o comercios y estorbándolos en sus negocios de manera que no pudieran enriquecerse a costa del empobrecimiento de los nuestros.

Con esos propósitos se fundó dicha sociedad, la cual estaba constituida por un número indeterminado de comités, cuyos miembros se trasmitían verbalmente los acuerdos tomados, ya que estábales prohibido en absoluto escribir nada que con ella se relacionara. Sus miembros se llamaban secos y a sus enemigos se les aplicaba la denominación de mojados. El signo o saludo de reconocimiento de sus miembros era el siguiente: levantaban el dedo índice de la mano derecha, cuando deseaban darse a conocer, y el que contestaba bajaba el suyo, señalando hacia abajo. Este saludo significaba: nosotros encima, ellos debajo. También se daban a conocer sus miembros diciendo al saludar el uno “La Torre del Viejo” y contestando el otro “Secreto inviolable.” Siete miembros constituían un comité y éste recibía los acuerdos y órdenes verbalmente, sin saber el origen o procedencia de los mismos. Esos acuerdos, pues, se iban trasmitiendo de uno otro comité. Del “boycotting” estaban, naturalmente, exceptuados los españoles que colaboraban con nosotros a favor de la consecución de mayores libertades para nuestro país. El “boycotting” se hacía extensivo a los enemigos de esas libertades solamente, fuesen españoles o puertorriqueños: puertorriqueños voluntarios y austriacantes como se llamaba a los nativos contrarios al Partido Liberal y al Partido Autonomista que defendían la causa de Puerto Rico.

La sociedad secreta La Torre del viejo no fue, como dice don Francisco Mariano Quiñones en sus “Apuntes Para La Historia”, una liga económica formada por jóvenes irresponsables. Esto, sin duda, lo dice por haber publicado dicha obra en tiempos de la dominación española, casi a raíz de la desaparición de la llamada “época del terror”, con el fin de destruir la desconfianza que aún existía en el gobierno y en el Partido Español y aminorar así un hecho que pudiera tener en el futuro fatales consecuencias. Había que amansar la fiera que esperaba todavía la ocasión de devorarnos. No debíamos excitarla. La Torre del Viejo era una sociedad secreta de fines políticos, aunque apelaba a medios económicos para arrojar a los españoles y a los conservadores lejos de nuestra patria. No podíamos hacerlo por medio de la fuerza, por medio de una revolución armada, y lo hacíamos imitando lo que estaba haciendo Irlanda para redimirse del dominio de Inglaterra. La Torre del Viejo estaba compuesta por elementos responsables, jóvenes y viejos, adalides de nuestras libertades, que tenían por único objeto abatir el poder de nuestros enemigos políticos, valiéndonos de la única manera de que podíamos hacerlo: auxiliando a nuestros paisanos—patriotas en sus negocios y tratando de perjudicar en los suyos a los peninsulares y a los hijos del país que eran voluntarios. Esperábamos concluir así con el monopolio que tenían en el comercio y en los negocios. Ese monopolio era de tal naturaleza y tan irritante, que no daba acceso a los hijos del país: en las tiendas y almacenes de los españoles no se ofrecía empleo a los puertorriqueños. Los españoles traían de España hombres para ocupar no va los puestos de dependientes, sino para ocupar hasta los más humildes menesteres, como el de barrendero, por ejemplo. Era, por lo tanto, nuestra sociedad, un modo de hacerles la guerra en la misma forma en que ellos nos la hacían. Esto era justo. Si no era un crimen lo que ellos hacían, tampoco podía ser criminal que los puertorriqueños tratasen de ayudar a los suyos.

En el fondo, esta llamada Liga Económica tenía también tendencias separatistas como las tuvo el “boycott” en Irlanda y como las tiene en la India. Es un medio económico efectivo al que recurren todos los pueblos, aún siendo de la misma raza y condición, cuando se hallan bajo un yugo opresor. Sólo aquellos pueblos como el Canadá, Australia, la Colonia del Cabo y otros que fueron, o son, colonias de Inglaterra, pero que se consideran bajo el mismo pie de igualdad que el resto de los ingleses, y que gozan de todas las libertades, se mantienen fieles a los pueblos que los adoptan y protegen. Actualmente, Puerto Rico es respetado por los Estados Unidos, por eso los que sufrimos la persecución en los tiempos de España sólo aspiramos hoy a que Puerto Rico sea, en su día, un Estado igual a los otros Estados de la Unión Americana.

Para la difusión y propaganda de La Torre del Viejo se aprovechó la oportunidad de que en ocasión de la asamblea del Partido Liberal se había reunido en Ponce un gran número de liberales de todos los pueblos de la Isla, viejos y jóvenes, de lo más selecto del país. No “jóvenes irresponsables,” sino de alta cultura intelectual, moral y social; jóvenes incapaces de ligarse con criminales, pero capaces de trabajar por todos los medios lícitos de acuerdo con su conciencia (aunque no de acuerdo con las leyes de gobierno que cohíben la libertad de pensar y de actuar) para alcanzar su libertad.

Esa sociedad tenía ya un gran número de adeptos en Ponce, y Ponce fue el lugar escogido para su propaganda, iniciada por el Dr. Pagani en Aguadilla, primero, con el auxilio de la casa de Silva, de esa ciudad, de la cual era socio gestor el señor Abril, un connotado liberal.

(…)

Además de irresponsables nos calificó don Francisco Mariano de imprudentes. Conformes estamos con el calificativo de imprudentes, imprudentes son todos aquellos que luchan por sus ideas de libertad contra sus opresores, que en nuestro caso eran los peninsulares y los voluntarios que pertenecían a un cuerpo armado. Fuimos imprudentes porque nos esperaba la cárcel o el tormento como premio por la defensa de nuestras ideas. Imprudentes fueron los habitantes de la América del Sud al tomar las armas y pelear para arrojar del país a sus opresores. Imprudentes fueron los nativos de la América del Norte por la misma causa. Imprudentes son en la actualidad los irlandeses y los indostanos que luchan contra el poder inglés por medio de sus sociedades secretas y su “boycotting.” Este es el medio de que se valen todos los pueblos débiles que desean sacudir el yugo que los oprime, el medio de que se valen los países a los cuales se les niega el derecho de su propia determinación: es el único medio de legítima defensa con las únicas armas de que pueden disponer.

Tomado de René Jiménez Malaret (1903-), ed. Dr. Félix Tió Malaret. Epistolario histórico. San Juan : Sociedad Histórica de Puerto Rico, 1999. Edición al cuidado del Dr. Carlos F. Tió Mendoza.

Comentario:

Entre 1883 y 1886, el Partido Liberal se dividió en dos tendencias marcadamente opuestas: la asimilista y otra que, según el autor, “permanecía fiel a su programa de reformas liberales”. Esta segunda tendencia es la que se ha denominado especialista y que desembocó en el autonomismo según se conoció en el siglo 19.

Durante la Asamblea de Ponce de 1887 el Partido Liberal parece invadido por agentes separatistas, responsables de la promoción del método del “boycott” y su aplicación a la lucha por el cambio en Puerto Rico. El autor alega que el promotor del “boycott” fue Ramon E. Betances desde Santo Domingo, donde alega residía, siguiendo el modelo de lucha de los irlandeses contra los ingleses tras la meta de su separación. Se trata de la misma táctica aplicada por los rebeldes americanos ante el poder inglés después de 1776 durante sus luchas emancipadoras.

El “boycott” estimuló la organización de nuevas “sociedades secretas” que recuerdan a las que elaboraron el Grito de Lares en 1868. “La Torre del Viejo”, “La Boicotizadora”, “Secos y Mojados” o “Mano Negra”, son algunos de los nombres que adoptó el “Boycott” en el país. La aclaración del autor de que “odiábamos a la España colonial, pero queríamos a la España peninsular” es importante para calibrar sus posturas políticas y, en especial, el momento en que se escribieron estas memorias: pleno siglo 20 mucho después de los hechos.

Los rasgos de las “sociedades secretas” son cruciales. El hecho de que “sólo se admitía a los hijos del país” confirma su larvado nacionalismo. El carácter económico de la lucha se valida en la frase de que demostraban su resistencia “no comprándoles nada en sus tiendas o comercios y estorbándolos en sus negocios”. El nacionalismo es el disfrute de la riqueza nacional por los nacionales. Pero se trataba de una organización flexible que aceptaba a los españoles que la favorecían y rechazaba a los puertorriqueños que se oponían a ella.

Los parecidos con las “sociedades secretas” abolicionistas y con las de Lares son muchos. El principio de no escribir los acuerdos es el más notable. El “santo y seña”, las frases en clave, y la afirmación de que tenía “fines políticos, aunque apelaba a medios económicos para arrojar a los españoles y a los conservadores lejos de nuestra patria”, demuestra la originalidad de los conspiradores de aquel momento. Pero también confirma el reconocimiento de que “no podíamos hacerlo por medio de la fuerza, por medio de una revolución armada”. El “boycott” es un reconocimiento de la debilidad política. Los métodos de “resistencia pasiva”, “legítima defensa”, la “solidaridad” y “fraternidad” nacional y social, representan la gran novedad del “boycott”.

El autor hace una interesante crítica a la interpretación un tanto cínica y acomodaticia  que Francisco Mariano Quiñones hizo del  tema, quien tildó el “boycott” como un irresponsable e imprudente. También confirma su posterior afinidad xon la ideología anexionista a Estados Unidos lo cual demuestra que se podía ser separatista e independentista ante España en el siglo 19, y anexionista ante Estados Unidos en el siglo 20.

  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

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La Gran Depresión de 1929: violencia y política

Posted by Mario R. Cancel-Sepúlveda en 12 abril 2009


  • Mario R. Cancel
  • Historiador y escritor

pedro_albizuPor lo regular, se asocia la década del 1930 a la reflexión teórica sobre qué significa ser puertorriqueño y cuál debe ser el destino final de la nación. Se trata de una época de crisis y, como lo vemos a la altura del 2009, las crisis siempre ponen en un primer plano las preguntas sobre el “destino colectivo”.

El otro elemento al que se asocian los treinta es la violencia nacionalista y los métodos exigentes que aquel movimiento utilizó para enfrentar el problema del estatus. La situación colonial había sido convertida por el Partido Nacionalista (en adelante PN de PR) en el problema central de la nacionalidad. Nunca el país ha sido testigo de confrontaciones similares entre el estado y la oposición radical en toda su historia.

La percepción de que la Generación Intelectual del 1930 y la derrota del Nacionalismo Radical fueron la antesala natural del Populismo es una metáfora común en el relato de la historia del país. Lo cierto es que en la década del 1930 la incertidumbre y la inseguridad, convivieron con la esperanza y la fe en el cambio.

El nacionalismo cultural y el nacionalismo político fueron modos alternos de enfrentar la desconfianza en el progreso que fue la nota dominante en la década del 1930. Si el Populismo conseguía devolver la fe en el principio moderno del progreso, su victoria estaba asegurada. En cierto modo, eso fue lo que sucedió después de 1938.

Por otro lado, una mirada cuidadosa de la época también deja claro que la violencia no fue un recurso exclusivo de nacionalistas. De un modo u otro, la violación de una visión de mundo que ya no era funcional, fue un proyecto colectivo compartido por todos los puertorriqueños.

Violencia y política

Hacia el año 1934 el PN de PR era una organización radical que combinaba con eficacia la propaganda independentista nacional e internacional. La meta era demostrar que el problema colonial de Puerto Rico era de la competencia del mundo y demostrar que Estados Unidos era una potencia imperialista clásica. El principio de que había que crearle una crisis al interior del país para forzarlos a reconocer la independencia de Puerto Rico, dominaba. El PN de PR utilizó lo mismo el espacio legal y jurídico, y el espacio ilegal o clandestino para generar esa crisis. La violencia de todo tipo fue una de los ingredientes de aquel proceso.

En cierto modo, la violencia política era una novedad hacia la década de 1930. El independentismo, tal vez como un modo de tomar distancia del separatismo independentista del siglo 19, o como una expresión de confianza en el liberalismo americano, había rechazado los métodos violentos de lucha desde 1904. Pedro Albizu Campos rompió con aquella convención en la medida en que alegaba que la violencia era un medio y no un fin en sí misma. La forma en que Albizu Campos enfrentó el asunto de la violencia recuerda su pasado de militar activo en el Ejército de Estados Unidos. Cuando ese país intervino en la Gran Guerra, su diplomacia adujo un argumento similar. La idea de la “guerra justa” y de la “violencia con autorización moral” estaba detrás de las actitudes de Woodrow Wilson, Vladimir Lenin y el líder puertorriqueño. La esperanza del cambio y la libertad, justificaba su uso.

También parece evidente que Albizu Campos quería evitar a toda costa que se interpretara su ofensiva violenta como vulgar terrorismo, concepto que ya se había generalizado en el lenguaje del poder lo mismo en la Unión Soviética de José Stalin, que en los Estados Unidos del “read fear” de la primera posguerra. A pesar de sus esfuerzos, el Estado criminalizó con éxito la violencia nacionalista calificándola como terrorismo suicida.

La actitud del PN de PR atrajo numerosos militantes tales como socialistas rojos, comunistas e independentistas y a numerosos intelectuales y universitarios asociados a la incertidumbre de la Generación del 1930. A pesar de las notables diferencias entre aquellos sectores, todos convergían en el reconocimiento de la injusta relación entre Estados Unidos y Puerto Rico y en la necesidad de un reparto justo de la riqueza social por medio de un nuevo contrato social todavía no especificado.

Es justo aclarar que la interpretación de Albizu Campos también le produjo numerosos opositores. Independentistas no violentos que renunciaron a la causa y, como era de esperarse, produjo el encono entre la Insular Police y las autoridades federales. La oposición más peligrosa fue la de la burguesía azucarera estadounidense y puertorriqueña que veía amenazados sus intereses de clase. Se trataba de un sector social que prefería la afiliación republicana, la estadidad y era fiel defensor del Mercado Libre.

La propaganda nacionalista tenía un fuerte contenido ético. Las tesis centrales era que la lucha como un deber y la independencia, una meta alcanzable e inevitable. La interpretación progresista de la historia en Albizu Campos era consustancial con su fe. Dentro de ese marco ético el PN de PR se opuso al “mantengo” y a las “transferencias federales”, porque las veían como un acto de mendicidad e indigno.

De hecho, en un poco discutido documento de 1933 Albizu Campos criticaba el “Nuevo Trato”, tildaba Franklyn D. Roosevelt de “dictador”, acusación en la que coincidía con los derechistas Republicanos y los defensores del Mercado Libre. Albizu Campos aseguraba que las políticas del Nuevo Trato eran un “gas bag” que no resolverá la crisis económica de ninguna manera.

La eficacia del discurso nacionalista revolucionario dependió de numerosos elementos subjetivos. La presencia de un líder carismático, autoritario y paternalista combinada con un lenguaje que sacralizó la lucha nacionalista y la proyectó como una guerra santa fue crucial. La convergencia con la imagen mística de Luis Muñoz Marín y/o los Hermanos Cheo, no debe ser pasada por alto. Para Albizu Campos, como buen católico, la conciencia de la injusticia autorizaba incluso el tiranicidio que, junto con la guerra justa son fundamentales a su idea de la violencia.

El PN de PR desarrolló un proyecto social que adoptó la voz de las víctimas de la depresión: los trabajadores rurales y urbanos, los intereses cafetaleros y tabaqueros puertorriqueños, y los sin tierra.

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La Gran Depresión de 1929 y Puerto Rico

Posted by Mario R. Cancel-Sepúlveda en 5 abril 2009


  • Mario R. Cancel Sepúlveda
  • Historiador y escritor

 

gran_depresionDurante los primeros años de la década del veinte la economía estadounidense había alcanzado unos niveles de desarrollo sorprendentes. Aquel país fue uno de los vencedores al cabo de la Primera Guerra Mundial y, su economía, beneficiaria directa de los arreglos posteriores de paz. Tras los acuerdos de paz de Versalles, Estados Unidos se garantizó una posición de dominio en el mundo en el momento en que las naciones europeas se enfrentaban al fin de su historia como poderes hegemónicos incuestionables.

El desarrollo de Estados Unidos, sin embargo, mostraba cierta desorganización que, a la larga, podía ser peligroso para la estabilidad de la nación. La expansión del poder manufacturero no se estaba ofreciendo de acuerdo con un crecimiento paralelo en la capacidad de consumo del estadounidense medio. La producción agrícola, por otro lado, se estancaba. La anarquía del capitalismo, fórmula teórica con que los marxistas anteponían al supuesto poder autorregulador del mercado, parecía evidenciarse a través de aquel proceso histórico.

Hacia el año 1925, el balance entre la oferta y la demanda en aquel mercado estaba roto. La incertidumbre económica dominaba el panorama. Los manufactureros se empeñaban en mantener los precios de los bienes de consumo artificialmente altos con el fin de garantizar que sus márgenes de ganancia permanecieran inalterados. Pero los salarios reales de los trabajadores-consumidores no estaban ascendiendo con la misma celeridad. 

En 1929 la situación llegó a su cenit con la quiebra y paralización del mercado de valores. Los precios de las acciones cayeron drásticamente y el dinero comenzó a escasear. Estados Unidos y el capitalismo internacional entraban en la mayor crisis económica de los tiempos modernos comparable tan solo a la que desató la primera devaluación del dólar en 1971 y el alza de los precios del petróleo en 1973. Los cimientos de la economía occidental, a saber, el progreso y el crecimiento perpetuo y el principio de la capacidad del mercado para autoregularse, estaban en entredicho.

Los efectos de la crisis de 1929 sobre Puerto Rico fueron devastadores. Los primeros 30 años de presencia estadounidense en Puerto Rico no habían sido esplendorosos. Hacia 1929 el país vivía un momento de pobreza mayor incluso que en tiempos de España. La expansión del capital agrario estadounidense en el país había causado una significativa voracidad por la tierra aumentando su precio y convirtiéndola en un bien inaccesible para numerosos puertorriqueños. Para una sociedad tradicional como la nuestra, que idealizaba la pequeña propiedad como panacea de todos los males sociales, la falta de acceso a la misma representaba el mal mayor. La idea de que bajo el dominio de estados Unidos el país era “más pobre” que bajo España, se aceptaba como una verdad incuestionable en numerosos núcleos. El acceso a la tierra era una promesa atractiva en cualquier programa político

A partir de 1929, la situación sólo podía empeorar dado el hecho de que los lazos de dependencia de Puerto Rico con los Estados Unidos, que habían ido desarrollándose desde fines del siglo 18 eran más fuertes que nunca. Ello explica que en Puerto Rico, el precio y el volumen de las exportaciones se redujeron de inmediato. La reducción de la ganancia por parte de los dueños de capitales y la ausencia de dinero se tradujo, igual que en Estados Unidos, en despidos en masa y en un desempleo galopante que sólo hacía más grave la difícil situación de los trabajadores urbanos y rurales.

Si a ello se añade las consecuencias desastrosas de los huracanes de San Felipe en 1928 y de San Ciprián en 1932, se tendrá una imagen más completa de la situación del ser humano común a la altura de 1929. A pesar de que la industria de la aguja y la producción de azúcares demostraron una gran capacidad de recuperación en aquel momento, la producción de tabaco, café y frutos menores se vio más afectaba por aquel fenómeno económico.

Hacia el año 1933, las cifras oficiales de desempleo ascendían al 65% y muy pocos obreros puertorriqueños podían cubrir sus necesidades inmediatas con los salarios bajos que recibían. El trabajo estacional, es decir,  el mito del «tiempo muerto», tan bien recogido por el escritor Manuel Méndez Ballester en su obra homónima, y por Luis Muñoz Marín en su discurso histórico, y la multiplicación de las jornadas parciales, no permitían al productor directo salir de su estado de miseria.

En general la crisis económica iniciada en 1929 se tradujo en una profunda inestabilidad socio-política que fue terreno fértil para la elaboración de cuestionamientos al régimen existente en Puerto Rico. La confianza en la “promesa americana” se desinfló.  La década del 1930 vio la huelga de la caña del año 1934 en la que Pedro Albizu Campos tuvo un papel protagónico; la de los muelles en 1935; y las importantes protestas de consumidores (1933) y la de los desempleados de Ponce (1934), quienes exigían trabajo en lugar de limosnas. La desconfianza del obrero corriente con el sistema capitalista era patente cuando se le mira desde esta perspectiva.

La incapacidad del Partido Nacionalista de Puerto Rico para politizar a la clase trabajadora es un tema importante de aquel momento. El discurso público del nacionalismo para los trabajadores insistía en que la solución de la crisis estaba inscrita en la salvación de la nación y la independencia, y no en la salvación de la clase obrera. Todo parece indicar que los trabajadores no fueron receptivos a aquel mensaje por lo que las relaciones entre el nacionalismo y la clase obrera no fueron las que se esperaban.

La crisis económica condujo, por otro lado, a una reevaluación de la función misma del estado en el contexto de las economías de mercado libre. En cierto modo, los modelos intervencionistas del socialismo soviético, demostraron su eficacia en el amortiguamiento de la crisis general del capitalismo en 1929. La praxis soviética demostró la necesidad de que el Estado interviniera en la economía y supervisara las relaciones entre el capital y el trabajo mediante la reglamentación de horas, salarios y otros detalles que hasta entonces habían sido de la incumbencia de las empresas. El capitalismo clásico del «dejar hacer, dejar pasar» estaba en retirada. Aquel fue uno de los elementos básicos para el diseño de lo que luego se llamaría el «Nuevo Trato»: una propuesta de revisión de la relaciones entre el Estado y el Mercado que generó un revolucionario contrato social con el fin de solventar la crisis. Correspondió al presidente Franklin D. Roosevelt darle forma a aquella nueva política económica a partir de 1932. El impacto de ello para Puerto Rico marcaría la historia nacional hasta la década de 1980.

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